AL COLE MANEL GARCÍA GRAU HI HA UN AULA DE LOGOPÈDIA.

AQUEST ÉS EL NOSTRE BLOG. BENVINGUTS!!!


martes, 23 de noviembre de 2010

CUENTOS DEL AULA DE LOGOPEDIA. EL HUMANO QUE AYUDÓ A UNA SIRENA

Había una vez, tres sirenas que vivían en el fondo del mar en una casita de madera y recubierta de muchas algas de colores. Las tres sirenas vivían con su padre, un famoso médico de peces. El padre, que se llamaba Yemo, se dedicaba a recoger a todos los pececitos, estrellas y caballitos de mar enfermos que se encontraba por el arrecife y después, los llevaba a su casa, para cuidarlos y ponerlos en forma. Una vez recuperados, los devolvía sanos y salvos  a su casa.
Un día, la sirena mayor, se despertó muy tarde, y decidió ir a desayunar.
Al llegar a la cocina, se encontró con una sorpresa: ¡NO HABÍA NADA QUE COMER! Muy preocupada, se fue en busca de su padre. (Su mamá, una importante sirena  cantante de rock, estaba trabajando en el Mar del Norte). No lo encontró por ninguna parte y mira que lo  buscó: por el arrecife, por el comedor, por las caballerizas, por el huerto de algas, por el parterre de flores, por el mini hospital que su padre tenía en casa… y nada. Yemo no aparecía por ningún sitio.
Marisol, que así se llamaba la sirena, decidió investigar en serio, y salió disparada  a buscarlo entre las peligrosas corrientes del mar. Buscó y buscó, y  y requetebuscó, y … nada de nada. No lo encontró por ninguna parte.
 Desorientada ya, Marisol, se fue tan lejos, que se perdió y muy asustada se puso a llorar.
-Buahhh, buahhh. Creo que me he perdido…
Un pescador que estaba pescando sardinas para la cena, oyó llorar a alguien. Asombrado miró a su alrededor y como no vio a nadie, decidió meter la cabeza dentro del agua por si el  que lloraba era un delfín o una ballena.
Casi se cae de la barca del susto. ¡¡¡No era un delfín!! ¡¡No era una ballena!! ¡¡¡ERA UNA SIRENA!!! La primera que había visto en su vida. La pobre, parecía muy asustada. Se le veía la preocupación en los ojos.
El pescador que se llamaba Agustín, decidió sacar la cabeza del agua para poder respirar, pero en cuanto cogió aire, volvió a meterla debajo para hacerle señas a la sirena y pedirle que subiera a la superficie para poder así, hablar con más calma.
La sirena pareció entenderle, y cogida de la mano del Agustín, se acercó a la barca.
 Una vez hechas las presentaciones pertinentes, Marisol, le explicó al pescador que se había perdido mientras buscaba a su padre. Agustín, muy conmovido por la historia, le ofreció rápidamente su colaboración.
Con mucho cuidado, la ayudó a subir a la barca, preocupándose mucho de que Marisol no se hiciese daño en la larga y preciosa cola. Con la ayuda de un cubo, la fue mojando despacito para que siempre estuviera húmeda, y es que de todos es sabido que las sirenas siempre tienen que tener mojada la extremidad de pez, para que no se les estropee y deje de brillar.
Cuando Marisol y Agustín, estuvieron cómodamente instalados, el pescador, puso en marcha la barca, que en realidad era un coche acuático (según Aymén del aula de Audición y lenguaje) y ambos, partieron en busca de Yemo, el papá de Marisol.
Lo encontraron a las dos horas. Estaba ayudando a un delfín, al que se le había enganchado la aleta con una gran bolsa de plástico, que le impedía nadar. Entre todos, pudieron rescatar al delfín, que muy contento se puso a cantar en cuanto fue liberado de la bolsa de plástico.
    Oinnnggg, ingggg ñingggg
Felices y contentos por un lado, porque habían podido echarle una mano al delfín, pero muy tristes, por descubrir que los humanos seguían contaminando el mar, Yemo, Marisol y Agustín, se despidieron de él, que por cierto, se llamaba Blasín, prometiéndole no obstante, que le ayudarían a formar la patrulla del mar: un entrenado cuerpo de policía marítima que destinaría todos sus esfuerzos a evitar la contaminación de las playas, los océanos y los mares.
Con la satisfacción del trabajo bien hecho, los tres, partieron rumbo a la casa de Yemo y Marisol, donde obsequiaron a Agustín con un suculento banquete: ensalada de algas pardas, aderezadas con fresas del mar. ¡¡Menos mal que la mesa flotaba, porque si no, Agustín no hubiera podido probar bocado!!
Y cuento inventado… cuento acabado.
FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario